sábado, 16 de febrero de 2008

Alejandro Magno y Alejandría


La lectura en El País de una entrevista a Robin Lane Fox, autor de Alejandro Magno. Conquistador del mundo (Acantilado), me ha animado a dedicar un post a esta gran figura de la antigüedad y, especialmente, a la ciudad egipcia que fue fundada por este faraón macedonio y que recibió de él su nombre.

La estancia de Alejandro en Egipto fue breve pero trascendente. Entró en el país por Pelusio, a donde llegó muy avanzado el mes de diciembre del 332 a.C., y abandonó el país en la primavera del año siguiente. En apenas cuatro meses, Alejandro dejó una huella imborrable en la historia de Egipto, ya que allí fue aclamado como hijo de Zeus-Amón,y fundó la más famosa de las ciudades que llevan su nombre, la que se convertiría décadas después en la más poblada y monumental ciudad del Mediterráneo.

En la franja costera por encima del lago Mareotis y frente a la isla de Faro, Alejandro creyó encontrar el lugar idóneo para la constucción de una ciudad que sería un gran puerto comercial y, a la vez, una capital marinera para el reino de Egipto, una ciudad abierta al Mediterráneo y a sus gentes, de calles amplias y rectas, con bellos monumentos. Aquel emplazamiento parecía ideal, fácil de defender y conectado, por los brazos del Nilo, con Menfis y las principales ciudades de Egipto. Además, a poca distancia, la isla de Faro podía servir de rompeolas. Por todos esos motivos, Alejandro ordenó al arquitecto Dinócrates que levantara allí la ciudad.

A ella volvería ya muerto y, en un fastuoso templo, la Tumba de Alejandro, reposó y recibió culto como héroe fundador y ser divino durante siglos. A finales del siglo IV d.C. ya había desaparecido el rastro de la tumba y, de momento, no se ha localizado ningún vestigio de la misma.

martes, 5 de febrero de 2008

Los dibujos de Da Vinci en la Biblioteca Ambrosiana


Leonardo da Vinci pensaba que el dibujo era el mejor instrumento para presentar sus proyectos de máquinas prodigiosas que sólo centenares de años más tarde fueron realizadas. Al morir, Da Vinci dejó en herencia a su discípulo preferido, el milanés Francesco Melzi, sus dibujos y obras en folios, que se estimaban en unos 120 volúmenes. Melzi emprendió la recopilación de los documentos, pero murió cuando sólo había logrado agrupar los bocetos de pintura. Su familia no supo valorar el tesoro que le había tocado y comenzó a vender o regalar parte de la obra, de forma que empezó una suerte de diáspora de los folios del genio, hasta que Pompeo Leoni, escultor, coleccionista y gran admirador de Leonardo, consiguió recuperar buena parte de ellos durante la segunda mitad del siglo XVI. Entre 1580 y 1590, Leoni se dedicó a ordenar los dibujos según un criterio arbitrario, y su clasificación es la que todavía se respeta hoy.
Aunque esos valiosos folios se encuentran hoy en la Biblioteca Ambrosiana, antes de llegar definitivamente allí en 1815, el Código Atlántico, que los recopila todos, pasó también por las manos de Napoleón Bonaparte, quien ordenó que fuera trasladado a París.
Después de 150 años sin que nadie lo tocase, entre 1968 y 1972 se realizó una gran obra de restauración para salvar el Código de los pegamentos que se habían utilizado en el pasado para fijar los dibujos sobre los soportes. Se cambiaron los soportes, ahora de tamaño atlas (de ahí el nombre de “atlántico”) y se crearon 12 volúmenes, pero se utilizó un nuevo pegamento que hoy, 30 años después, es la causa de las manchas que están deteriorando los folios.
Mientras esperamos que vuelva a ponerse en marcha el proceso de restauración, que podría contar con patrocinadores como Microsoft, se pueden consultar en la web de la Biblioteca Ambrosiana, en la versión digital del Código Atlántico, las máquinas proyectadas por el ingeniero italiano, como el helicóptero, el automóvil de tres ruedas y la bicicleta.