sábado, 19 de mayo de 2007

El Faro de Alejandría


Según nos cuenta la revista Historia de National Geographic, pocas décadas de ser fundada por Alejandro Magno, Alejandría ya era una ciudad habitada por gente procedente de todo el Mediterráneo, personas que acudían a ella atraídos por la fama de sus puertos, de su Faro y de su Biblioteca. Todos los viajeros que la visitaron se llevaron de ella diferentes impresiones, todas ellas positivas; parece ser que las maravillas de Alejandría asombraban incluso a aquellos que jamás la habían pisado. De todos los motivos de admiración que ofrecía la ciudad, me quedo hoy con el Faro, una de las 7 maravillas del mundo antiguo.


El Faro era un edificio imponente, formado por una torre y un castillo, que defendía la entrada al puerto de la ciudad y, al mismo tiempo, alertaba a los navegantes de la cercanía de la costa, especialmente peligrosa por sus escollos y por tener poco relieve que pudiera servir como referencia. Su altura alcanzaba los 134 metros y para su construcción se utilizaron grandes bloques de vidrio que fueron utilizados como cimientos para aumentar la resistencia contra la fuerza del mar. El resto del edificio era de forma octogonal sobre una plataforma de base cuadrada y estaba compuesto de bloques de mármol unidos con plomo fundido. En la parte más alta, un gran espejo metálico reflejaba la luz del sol durante el día y por la noche proyectaba la de una gran hoguera a una distancia de hasta 50 kilómetros.


El Faro se vio muy afectado por los terremotos de 1303 y 1323, y sus restos desaparecieron definitivamente en 1480, cuando el sultán de Egipto Qaitbay usó las ruinas para construir una fortaleza en la zona.

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